jueves, 3 de julio de 2014

Aristóteles Apuntes de Sabiduría




  • El bien es el fin de todas las acciones del hombre.
  • Todas las artes, todas las indagaciones metódicas del espíritu, lo mismo que todos nuestros actos y todas nuestras determinaciones morales tienen, al parecer, siempre por mira algún bien que deseamos conseguir; por esta razón ha sido exactamente definido el bien cuando se ha dicho que es el objeto de todas nuestras aspiraciones.
  • Si los bienes mismos suscitan  tan gran diversidad de opiniones y tantos errores, es porque sucede con mucha frecuencia que los hombres solo sacan mal de tales bienes, y se ha visto a menudo perecer algunos a causa de sus riquezas.
  • Debe añadirse que la juventud, que solo escucha la voz de sus pasiones, en vano oiría tales lecciones, y ningún provecho sacarían de ellas
  • Por lo contrario, los que arreglan sus deseos y sus actos solamente según la razón pueden aprovechar mucho en el estudio de la Política.
  • El fin supremo del hombre es la felicidad.
  • Vivir bien, obrar bien es sinónimo de ser dichoso.
  • Pero en lo que se dividen las opiniones es sobre la naturaleza y esencia de la felicidad, y en este punto el vulgo está muy lejos de estar de acuerdo con los sabios. Unos la colocan en las cosas visibles y que resaltan a los ojos, como el placer, la riqueza, los honores; mientras que otros la colocan en otra parte.
  • Añadid a esto que la opinión de un mismo individuo varía muchas veces sobre este punto; enfermo, cree que la felicidad es la salud; pobre, que es la riqueza; o bien cuando uno tiene conciencia de su ignorancia, se limita a admirar a los que hablan de la felicidad en términos pomposos y trazan de ella una imagen superior a la que aquél se había formado.
  • Lo primero es poderse dirigir a sí mismo, sabiendo lo que se hace en vista del fin. También es bueno seguir el sabio consejo  de otro; pero no poder pensar y no escuchar a nadie es una acción propia de un tonto de todos abandonado.
  • Las naturalezas vulgares y groseras creen que la felicidad es el placer, y he aquí por qué solo aman la vida de los goces materiales.
  • Efectivamente, no hay más que tres géneros de vida que se puedan particularmente distinguir; la vida de que acabamos de hablar; después la vida política o pública; y, por último, la vida contemplativa e intelectual. La mayor parte de los hombres, si hemos de juzgarlos tales como se muestran, son verdaderos esclavos que escogen por gusto una vida propia de brutos, y lo que les da alguna razón y parece justificarles es que los más de los  que están en el Poder solo se aprovechan de éste para entregarse a excesos. Por el contrario, los espíritus distinguidos y verdaderamente activos ponen la felicidad en la gloria, porque es el fin más habitual de la vida política.
  • La virtud es evidentemente incompleta  cuando es sola, porque no sería imposible que la vida de un hombre lleno de virtudes fuese un largo sueño y una perpetua inacción.
  • En cuanto a la vida que sólo tiene por fin el enriquecerse es una especie de violencia y de lucha continuas.
  • Añadamos que el bien puede presentarse bajo tantas acepciones diversas como el ser mismo, y así, el bien en la categoría de la sustancia es Dios y la inteligencia; en la categoría de la cualidad es la virtud; en la de la cantidad es la medida; en la de la relación es lo útil, en la del tiempo es la ocasión; y en la de lugar es la posición regular.
  • Entendemos como independencia aquello que, considerado aisladamente basta para hacer la vida aceptable, sin que tenga necesidad  de ninguna otra cosa; y esto es precisamente, lo que en nuestra opinión constituye la felicidad.
  • Por consiguiente, la felicidad es ciertamente una cosa definitiva, perfecta, y que se basta a sí misma, puesto que es el fin de todos los actos posibles del hombre.
  • El medio más seguro de alcanzar esta  completa noción es saber cuál es la obra propia del hombre. Así como para el músico, para el estatuario, para todo artista y, en general, para todos los que producen alguna obra y funcionan de una manera cualquiera, el bien y la perfección están, al parecer, en la obra especial que realizan; en igual forma, el hombre debe encontrar el bien en su obra propia, si es que hay una obra especial que el hombre deba realizar.
  • De igual modo en todos los casos, sin excepción, se añade siempre a la idea simple de la obra la idea de la perfección suprema que esta obra puede alcanzar; por ejemplo, si la obra del músico consiste en componer música, la obra del buen músico consistirá en componerla buena. Si todo esto es exacto, podemos admitir que la obra propia del hombre, en general, es una vida de cierto género, y que esta vida particular es la actividad del alma y una continuidad de acciones a que acompaña la razón; y podemos admitir que en el hombre bien desarrollado todas estas acciones se realizan bien y regularmente.
  • Añádase tambien que estas condiciones deben ser realizadas durante una vida entera y completa, porque una sola golondrina no hace verano, como no lo hace un solo día hermoso, y no puede decirse tampoco que un solo día de felicidad, ni una temporada, baste para hacer a un hombre dichoso y afortunado.
  • También hemos dicho con razón que ciertas aplicaciones de nuestras facultades y ciertos actos son el verdadero fin de la vida; porque entonces este fin se pone en los bienes del alma y no en los bienes exteriores. Lo que confirma nuestra definición  es que se confunde ordinariamente al hombre feliz con el que se conduce bien y logra sus propósitos; y lo que entonces se llama felicidad es una especie de fortuna y de honradez.
  • Si los placeres del vulgo son tan diferentes y tan opuestos entre si es porqué no son, por su naturaleza, verdaderos placeres. Las almas cultas que aman lo bello, solo gustan de los placeres que por su naturaleza son placeres verdaderos, y lo son tales todas las acciones conformes a la virtud.
  • Lo justo es lo mas bello; la salud, lo mejor; obtener lo que se ama es lo más dulce para el corazón.
  • Sin embargo, parece que la felicidad no puede ser completa sin los bienes exteriores según hemos hecho ya observar. Es imposible, o por lo menos no es fácil, hacer el bien cuando uno está privado de todo, puesto que para una multitud de cosas son instrumentos indispensables los amigos, la riqueza, la influencia política.
  • Hay también otras cosas, cuya privación altera la felicidad de los hombres que de ellas carecen; la nobleza, una familia feliz, la belleza. No puede decirse que sea feliz un hombre cuando es de una deformidad repugnante, pertenece a una mala familia o se encuentra aislado y sin hijos; y menos aún puede decirse que sea feliz el que tiene hijos o amigos completamente perversos.
  • La felicidad no es un efecto del azar; es a la vez un don de los dioses y el resultado de nuestros esfuerzos.
  • La misma regla se aplica a todas las artes, a todas las causas, y sobre todo a la causa más perfecta, porque sería un absurdo inconcebible imaginar que lo más grande y lo más bello que hay en el mundo esté entregado al azar.
  • Acaecen en el curso de la vida muchas vicisitudes y cambios diversos, y puede suceder que después de mucho tiempo de prosperidad ocurran a uno en la ancianidad grandes desgracias, como cuenta la fábula de Príamo en los poemas heroicos; y nadie puede llamar dichoso al hombre que tuvo tan gran fortuna y que concluyó tan miserablemente.
  • El que dotado de una virtud sin tacha es, si así puede decirse, cuadrado por su base, sabrá resignarse siempre con dignidad a todas las pruebas.
  • Pero en medio de estas pruebas mismas la virtud brilla con todo su resplandor cuando un hombre con ánimo sereno soporta grandes y numerosos infortunios, no por insensibilidad, sino por generosidad y grandeza del alma.
  • A nuestro parecer, el hombre verdaderamente sabio, el hombre verdaderamente virtuoso, sabe sufrir todos los azares de la fortuna sin perder nada de su dignidad; sabe sacar siempre de las circunstancias el mejor partido posible.
  • El hombre de bien, nunca será desgraciado, aunque no será dichoso, lo confieso, si por acaso caen sobre él desgracias iguales a las de Príamo. Pero, por lo menos, siempre resulta que no es un hombre de mil colores, ni cambia de un instante a otro. No se le arrancará fácilmente su felicidad; no bastarán para hacérsela perder infortunios ordinarios, sino que será preciso, para esto, que recaigan sobre él los más grandes y repetidos desastres. Recíprocamente, cuando salga de semejantes pruebas, no recobrará su dicha en poco tiempo y de repente, después de haberlas sufrido, sino que, si vuelve a ser dichoso será después de un largo y debido intervalo, durante el cual habrá podido gozar sucesivamente  grandes y brillantes prosperidades.
  • Sostener que la suerte de nuestros hijos y de nuestros amigos no puede influir ni poco ni mucho en nuestra felicidad es una teoría excesivamente austera y que además, tiene el inconveniente de ser contraria a las opiniones recibidas.
  • Las pasiones de los intemperantes se dirigen siempre en sentido opuesto al que pide su razón.
  • La felicidad no merece nuestras alabanzas: merecería más bien nuestro respeto. 
  • La virtud parecer ser, antes que nada, el objeto de los trabajos del verdadero político, puesto que lo que éste quiere es hacer a los ciudadanos virtuosos y obedientes a las leyes.
  • Con las virtudes sucede lo que con las artes, no las aprendemos sino practicándolas; y así , uno se hace arquitecto construyendo; se hace músico componiendo música. De igual modo se hace uno justo practicando la justicia; sabio cultivando la sabiduría; valiente, ejercitando el valor.
  • A causa de nuestra conducta en las circunstancias peligrosas, o incómodas, y después que contraemos en ellas hábitos de flojedad  o de firmeza, nos hacemos unos valientes, otros cobardes.
  • Un tratado de moral no debe ser una pura teoría, sino ante todo, un tratado práctico.
  • Es un principio comúnmente admitido que es preciso obrar conforme a la recta razón.
  • Por el contrario, conviene decir que las cosas del orden de las que nos ocupamos corren el riesgo de ver  comprometida su existencia a causa de todo exceso, sea en un sentido, sea en otro; y para servirnos de ejemplos visibles, mediante los cuales pueden hacerse comprender bien cosas oscuras y ocultas, veámoslo con respecto a la fuerza del cuerpo y a la salud. La violencia desmedida de los ejercicios o la falta de ejercicio destruyen igualmente la fuerza. Lo mismo sucede respecto al comer y beber: los alimentos en grande o en pequeña cantidad  destruyen la salud mientras que, por lo contrario, tomados en debida proporción, la dan, la sostienen o la aumentan. Lo mismo, absolutamente, sucede con la templanza, el valor y todas las demás virtudes. El hombre que a todo teme, que huye y que no sabe soportar ninguna contrariedad es un cobarde; el que no teme nunca nada y arrostra todos los peligros, es un temerario. En igual forma, el que goza de todos los placeres y no se priva de ninguno, es intemperante; y el que huye de todos sin excepción, como los salvajes que habitan en los campos, es, en cierta manera un ser insensible. Y esto es así porqué la templanza y el valor se pierden igualmente por exceso que por defecto, y no subsisten sino mediante la moderación.
  • He aquí por qué desde la primera infancia, como dice muy bien Platón, es preciso que se nos conduzca de manera que coloquemos nuestros goces y nuestros dolores en las cosas que convenga colocarlas, y en esto es lo que consiste una buena educación.
  • He aquí cómo han podido definirse las virtudes: estados del alma, en que el alma misma se encuentra extraña a toda afección y en un completo reposo.
  • Hay tres cosas que se deben buscar; hay igualmente tres de que debemos huir; debe buscarse el bien, lo útil, lo agradable; debe huirse  de sus tres contrarios: el mal, lo dañoso y lo desagradable.
  • Razón ha habido, pues, para decir que se hace justo el hombre ejecutando acciones justas, templado ejecutando acciones de templanza, y que si no se  practican actos de este género es imposible que nadie llegue nunca a ser virtuoso.
  • En la pasión de la cólera, si la sentimos, demasiado viva o demasiado muerta, es una disposición mala; si la sentimos en la debida proporción, es una disposición que se tiene por buena. La misma observación se puede hacer respecto a todas las demás pasiones.
  • El medio, cuando se trata de una cosa, es el punto que se encuentra a igual distancia de las dos extremidades, el cual es uno y el mismo en todos los casos. Pero cuando se trata del hombre, cuando se trata de nosotros, el medio es lo que no peca, ni por exceso, no por defecto; y esta medida igual está muy distante de ser una ni la misma para todos los hombres.
  • Todo hombre instruido y racional se esforzará en evitar los excesos de todo género, sean en más, sean en menos; sólo debe buscar el justo medio y preferirle a los extremos.
  • Gracias a esta prudente moderación, toda ciencia llena perfectamente su objeto propio, no perdiendo jamás de vista este medio y reduciendo todas sus obras a este punto único. He aquí por qué se dice muchas veces  cuando se habla de las obras bien hechas y se las quiere alabar que nada se les puede añadir ni quitar; como dando a entender que, así como el exceso y el defecto destruirían la perfección, solo el justo medio puede asegurarla.
  • Con los actos sucede absolutamente lo mismo que con las pasiones: pueden pecar por exceso o por defecto, o encontrar un justo medio.
  • El medio es digno solamente de alabanza, mientras que los extremos no son buenos ni laudables, y no merecen sino nuestra censura.
  • El hombre imparcial y animado de cierto coraje se aflige y se indigna ante el espectáculo de una prosperidad no merecida. El envidioso que, por exceso, traspasa esta imparcialidad, se aflige de todos los bienes que adquieren los demás hombres.
  • El encolerizarse está al alcance de todo el mundo, y es cosa tan fácil como derramar dinero y hacer gastos con profusión. Pero comparativamente hay que saber a quien conviene darlo, hasta que cantidad, en qué momento, por qué causa, de qué manera, este es un mérito que no contraen todos y que es difícil de poseer. Y he aquí por qué el bien es a un tiempo una cosa rara, laudable y bella.
  • Dirige tu nave tan lejos como puedas de estos escollos y de este humo.
  • Como es muy difícil encontrar este apetecido medio, es preciso, como ya se ha dicho, mudar el procedimiento, y entre los males tomar el menor.
  • Es obra difícil determinar de antemano con precisión cómo, contra quién, por qué motivos, por cuanto tiempo conviene encolerizarse, porque tan pronto debemos alabar a los que se abstienen de hacerlo, de los cuales decimos que están llenos de dulzura, como no alabamos menos a los que se encolerizan, y en los que encontramos una varonil firmeza. 
  • Es cierto que el que se separa muy poco del bien no se expone a censuras, sea que se separe en más, o que se separe en menos; mientras que el que se aleja más no puede librarse de la crítica por una falta que todo el mundo ve.
  • En los casos ordinarios nadie que tenga buen sentido arroja al agua los bienes que posee, pero no hay hombre sensato que no esté dispuesto a hacerlo si es una condición precisa para salvarse él o salvar a los demás.
  • Algunas veces es difícil discernir cual de los dos caminos conviene escoger y cual de los dos males se debe soportar  prefiriéndolo al otro. Es más difícil aún mantenerse firmemente en el que se ha debido preferir, porque las más de las veces las cosas que se prevén  son penosas y tristes, y las que la coacción nos impone son vergonzosas.
  • ¿No hay ciertos casos en que es preciso saber montar en cólera? ¿No hay ciertas cosas que conviene desear, como la salud y la ciencia? Las cosas realmente involuntarias son penosas; por el contrario, las que se desean son siempre agradables.
  • El hombre templado obra con intención, con una preferencia reflexiva; no obra por el impulso de sus deseos.
  • La deliberación se aplica especialmente a las cosas que, estando sometidas a reglas ordinarias son, sin embargo, oscuras en su desenlace particular, y respecto de las cuales nada se puede precisar de antemano. Estas son las cosas  para las que, cuando son importantes, llamamos en nuestro auxilio consejeros más ilustrados que nosotros, porque desconfiamos de nuestro solo discernimiento y de nuestra insuficiencia en los casos dudosos.
  • El hombre virtuoso sabe siempre juzgar las cosas como es debido y conoce la verdad  respecto de cada una de ellas; porque según son las disposiciones morales del hombre, así las cosas varían, y las hay especialmente bellas y agradables para cada uno. Quizás la gran superioridad del hombre virtuoso consiste en ver la verdad  en todas las cosas, porque él es como su regla y medida, mientras que para el vulgo el error, en general, procede del placer, el cual parece ser el bien, sin serlo realmente. El vulgo escoge el placer, que toma por el bien, y huye del dolor, que toma por el mal. 
  • Si ejecutar un acto, que es bueno, depende de nosotros, de nosotros dependerá también no ejecutar un acto que es vergonzoso.
  • Depende del individuo salir de su ignorancia, poniendo de su parte los medios necesarios para cumplir con su deber. Quizás se objetará que hay hombres que por su naturaleza son incapaces de hacer lo preciso para salir de este estado, pero se puede responder que la causa de esta degradación ha nacido de los individuos mismos y como consecuencia de los desórdenes de su vida. Si son culpables y si han perdido el dominio de los mismos, suya es la culpa, por haber los unos cometido malas acciones, y pasado los otros el tiempo en medio de los placeres de la mesa y de excesos vergonzosos.
  • Los actos repetidos de cualquier genero que sean, imprimen a los hombres un carácter que corresponde a estos actos, lo cual puede verse evidentemente por el ejemplo de todos los que se dedican a cualquier ejercicio o trabajo, pues llegan a poder consagrarse a ello constantemente. No saber que en todas las materias los hábitos y las cualidades se adquieren mediante la continuidad de actos, es un error grosero, propio de un hombre que no conoce ni siente absolutamente nada.
  • Con deliberada voluntad, si bien se mira, es como quien  ha caído en la enfermedad, por haber vivido entregado a una vida de exceso y rehusado oír el dictamen de los médicos; y si hubo un tiempo en que le fue posible evitar la enfermedad, avanzada ésta, no le es ya permitido librarse de las consecuencias. Es lo mismo que cuando se lanza una piedra, que no es posible detenerla después de desprendida de la mano y, sin embargo, de nosotros dependía solamente lanzarla o no lanzarla, porque el movimiento inicial estaba a nuestra disposición. Lo propio sucede con el hombre malo y corrupto; de él dependía en un principio no ser lo que ha llegado a ser, y por consiguiente, se ha hecho hombre pervertido por su libre voluntad; y una vez llegado a este punto no le ha sido posible dejar de serlo.

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