Baltasar Gracián 1601 - 1658
Genio e ingenio
Aseguran el brillar, por lo
dichoso y lo lucido, a todo el resto de prendas.
Del señorío en el decir y en el hacer
La más ventajosa superioridad es la que se apoya en la adecuada noticia de las
cosas, del continuo manejo de los empleos.
Hombre de espera
Jamás
apresurarse ni apasionarse
De la galantería
Gallardía
del espíritu
Hombre de plausibles noticias
Cierta sabiduría cortesana, una conversable sabrosa
erudición, que los hace bien recibidos en todas partes, y aun buscados de la eterna
curiosidad.
No sea desigual
Hoy lisonjea lo que mañana
abomina,
El hombre de todas horas
El varón de todos ratos es señor de todos los gustos y es buscado de todos los
discretos. Hizo la naturaleza al hombre un compendio de todo lo natural;haga lo mismo el arte de todo lo moral.
El buen entendedor
Yo diría que, a pocas palabras, buen entendedor. Y no sólo a palabras, al
semblante, que es la puerta del alma, sobrescrito del corazón.
No estar siempre de burlas
Es muy seria la prudencia, y la gravedad concilia veneración; de dos extremos, más
seguro es el genio majestuoso. El que siempre está de burlas nunca es hombre de veras.
Hombre de buena elección
Todo el saber humano (si en opinión de Sócrates hay quien sepa) se reduce hoy al
acierto de una sabia elección. Extremada elección la de la abeja, y qué mal gusto el de una mosca, pues en un
mismo jardín solicita aquélla la fragancia y ésta la hediondez.
No ser malilla (No envanecerse)
Ésta es la ordinaria carcoma de las cosas muy plausibles en todo género de
eminencia, que, naciendo de su mismo crédito y cebándose en su misma ostentación,
viene a derribar y aun a abatir la más empinada grandeza. Al paso que un varón excelente, ya en valor, ya en saber, o sea en entereza, o sea en
prudencia, se retira, se hace codiciable, porque él a detenerse, y todos a desearle con
mayor crédito y aun felicidad. Toda templanza es saludable, y más de apariencia, que
conserva la vida a la reputación.
Hombre de buen dejo. (saber abandonar a tiempo)
Gran regla de comenzar y de acabar dio el romano cuando dijo que todas las
dignidades y los cargos los había conseguido antes de desearlos, y todos los había
dejado antes que otros los deseasen.
Tienen algunos muy felices los principios en todo, y aun plausibles; entran en un
cargo con aceptación, llegan a un puesto con aplauso; comienzan una amistad con favor;
todo comenzar es con felicidad. Pero suelen tener estos tales comúnmente muy trágicos
los fines, y los dejos muy amargos; quédase para la postre toda la infelicidad, como en
vaso de purga la amargura.
Hombre de ostentación
La alabanza en boca
propia es el más cierto vituperio; siempre los que merecen más hablan de sí menos.
»Siempre fue vulgar la ostentación, nace del desvanecimiento. Solicita la aversión,
y con los cuerdos está muy desacreditada. El grave retiro, el prudente encogimiento, el
discreto recato, viven a lo seguro, contentándose con satisfacerse a sí mismos; no se
pagan de engañosas apariencias, ni las venden. Bástase a sí misma la realidad, no
necesita de extrínsecos engañados aplausos; y, en una palabra, tú eres el símbolo de las
riquezas, no es cordura, sino peligro, el publicarlas».
No rendirse al humor
Una gran capacidad no se rinde a la vulgar alternación de los humores, ni aun de
los afectos; siempre se mantiene superior a tan material destemplanza. Es efecto grande
de la prudencia de reflexión sobre sí, un reconocer su actual disposición, que es un
proceder como señor de su ánimo.
Gran superioridad de caudal arguye prevenir su humor y corregirlo.
Tener buenos repentes
Si a todo acierto se le debe estimación, a los repentinos, aplauso; doblan la
eminencia por lo pronto y por lo feliz. Piensan mucho algunos para errarlo todo
después, y otros lo aciertan todo sin pensarlo antes. Suple la vivacidad del ingenio la
profundidad del juicio, y previene el ofrecimiento a la consultación. No hay acasos para
éstos, que la lealtad de su prontitud sustituye a la providencia.
Contra la figurería
A los unos los hace aborrecibles, y aun intratables, esta enfadosa
afectación, que todos los cuerdos la silban, así a otros los hace singulares el no querer
serlo y menos parecerlo.
Nunca se ha de dar materia de risa, ni a un niño, cuánto menos a los varones
cuerdos y juiciosos, y hay muchos que parece que ponen todo su cuidado en dar que
reír, y que estudian cómo dar entretenimiento a las hablillas. El día que no salen con
alguna ridícula singularidad lo tienen por vacío.
Hay algunos que parece que les calzó la naturaleza el gusto y
el ingenio al revés,
El hombre en su punto
No conduce la naturaleza, aunque tan próvida, sus obras a la perfección el
primer día, ni tampoco la industriosa arte; vanlas cada día adelantando, hasta darles su
complemento. Sin duda que esto mismo sucede en los hombres, que no de repente se hallan
hechos. Vanse cada día perfeccionando, al paso que en lo natural en lo moral, hasta llegar al
deseado complemento de la sindéresis, a la sazón del gusto y a la perfección de una
consumada virilidad
De la cultura y aliño
»Frustrada quedaría lastimosamente la buena elección de las cosas si después las
malograse un bárbaro desaseo, y es lástima que lo que merecieron por excelentes y
selectas lo pierdan por una barbaria inculta. Cansose en balde la invención sublime de
los conceptos, la sutileza en los discursos, la estudiosidad en la varia y selecta erudición,
si después lo desazona todo un tosco desaliño.
Hombre juicioso y notante
Un buen discurso propio es la llave maestra del corazón ajeno. Todo grande hombre fue juicioso, así como todo juicioso fue grande, que realces
en la misma superioridad de entendido son extremos del ánimo. Bueno es ser noticioso,
pero no basta; es menester ser juicioso; un eminente crítico vale primero en sí, y
después da su valor a cada cosa; califica los objetos y gradúa los sujetos; no lo admira
todo ni lo desprecia todo; señala, sí, su estimación a cada cosa.
Contra la hazañería
Fue necio siempre todo desvanecimiento, mas la jactancia es intolerable. Los
varones cuerdos aspiran antes a ser grandes que a parecerlo .Hacen muy del hacendado los que menos tienen, porque andan a caza de ocasiones
y las exageran; ya que las cosas valen menos que nada, ellos las encarecen. Todo lo
hacen misterio con ponderación, y de cualquier poquedad hacen asombro. Todas sus
cosas son las primeras del mundo y todas sus acciones hazañas, su vida toda es
portentos, y sus sucesos, milagros de la fortuna y asuntos de la fama. No hay cosa en
ellos ordinaria; todas son singularidades del valor, del saber y de la dicha, camaleones
del aplauso, dando a todos hartazgos de risa.
Diligente e inteligente
Tanto necesita la diligencia de la inteligencia como al contrario. La una sin la otra
valen poco, y juntas pueden mucho. Ésta ejecuta pronta lo que aquélla, detenida, medita,
y corona una diligente ejecución los aciertos de una bienintencionada atención.
Del modo y agrado
Fuerte es
la verdad, valiente la razón, poderosa la justicia; pero sin un buen modo todo se desluce,
así como con él todo se adelanta. Cualquiera falta suple, aun las de la razón; los mismos
yerros dora, las fealdades afeita, desmiente los desaires y todo lo disimula.
El saber las cosas y no
obrarlas, no es ser filósofo, sino gramático.
Arte para ser dichoso
Tiene la mentida Fortuna muchos quejosos y ningún agradecido. Llega este
descontento hasta las bestias, pero ¿a quién mejor? El más quejoso de todos es el más
simple. Íbase un burro quejando de corrillo en corrillo, y hallaba, no sólo compasión, pero
aplauso, especialmente en el vulgo, ante lo cual intervino la Fortuna: «Infeliz bruto, nunca vos fuerais tan desgraciado, si fuerais más avisado. Andad, y
procurad ser de hoy en adelante despierto como el León, prudente como el Elefante,
astuto como la Vulpeja y cauto como el Lobo. Disponed bien de los medios, y
conseguiréis vuestros intentos; y desengáñense todos los mortales, dijo alzando la voz,
que no hay más dicha ni más desdicha que prudencia o imprudencia».
Corona de la discreción
Llamola Séneca el único bien del hombre; Aristóteles, su
perfección; Salustio, blasón inmortal; Cicerón, causa de la dicha; Apuleyo, semejanza
de la divinidad; Sófocles, perpetua y constante riqueza; Eurípides, moneda escondida;
Sócrates, basa de la fortuna; Virgilio, hermosura del alma; Catón, fundamento de la
autoridad. Llevándola a ella sola, llevaba todo el bien Biante; Isócrates la tuvo por su
posesión; Menandro, por su escudo; y por su mejor aljaba, Horacio; Valerio Máximo no
la halló precio; Plauto la hizo premio de sí misma, y el plausible César la llamó fin de
las demás, y yo, en una palabra, la entereza».
Culta repartición de la vida de un discreto
Mide su vida el sabio como el que ha de vivir poco y mucho. La vida sin estancias
es camino largo sin mesones, pues ¡qué si se ha de pasar en compañía de Heráclito! La
misma naturaleza, atenta, proporcionó el vivir del hombre con el caminar del sol, las
estaciones del año con las de la vida, y los cuatro tiempos de aquél con las cuatro edades
de ésta.
Comienza la Primavera en la niñez alegre, tiernas flores en esperanzas frágiles.
Síguese el Estío caluroso y destemplado de la mocedad, de todas maneras peligroso, por
lo ardiente de la sangre y tempestuoso de las pasiones. Entra después el deseado Otoño
de la varonil edad, coronado de sazonados frutos, en dictámenes, en sentencias y en
aciertos.
Acaba con todo el Invierno helado de la vejez: cáense las hojas de los bríos,
blanquea la nieve de las canas, hiélanse los arroyos de las venas, todo se desnuda de
dientes y de cabellos, y tiembla la vida de su cercana muerte. De esta suerte alternó la
naturaleza las edades y los tiempos.
Importa mucho la prudente reflexión sobre las cosas, porque lo que de primera
instancia se pasó de vuelo, después se alcanza a la revista.
Hace noticiosos el ver, pero el contemplar hace sabios. Peregrinaron todos aquellos
antiguos filósofos discurriendo primero con los pies y con la vista, para discurrir
después con la inteligencia, con la cual fueron tan raros. Es corona de la discreción el
saber filosofar, sacando de todo, como solícita abeja, o la miel del gustoso provecho o la
cera para la luz del desengaño.
Baltasar Gracián.
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